La
vida hoy no es como hace 10 años. Ahora existe una generación que
no recuerda el disquete y mucho menos los televisores a blanco y
negro. Los smartphones y su al menos una decena de sensores
cambiaron la forma como nos comunicamos con los otros y con todo
aquello que nos rodea. Así, la modernidad nos ha envuelto en una
paradoja: cada vez controlamos más los aspectos externos de nuestra
vida pero esta, a su vez, es más aburrida.
Durante
décadas nos hemos esforzado por tener control sobre terremotos y
meteoritos que podrían venir de cualquier lugar del Universo y
acabar con lo que conocemos como civilización. En busca de ese
objetivo la humanidad ha generado tecnologías como el GPS (Global
Position System) que permite controlar la posición de un objeto
y quien lo tenga. Este comportamiento se ha ido extrapolando a todas
las actividades humanas como, por ejemplo, el deporte.
Una
muestra de ello es el VAR
(video
assistant referee),
tan justo como tedioso, recientemente
estrenado en el mundial de fútbol de
Rusia y que ha causado tantas
polémicas por su uso en el campo de juego. Así fue que, pasamos
de tejer toda una maraña de suposiciones sobre la razón por la que
el árbitro
no pitó
la mano de Maradona
contra la Inglaterra en el
mundial del 86 a saber que
con 70 cámaras y un cuarto con 20 monitores, el árbitro podría
haber solicitado el VAR y
Argentina no tendría
sino un mundial en su haber.
Pero
más triste que quitarle a un país un título es eliminar la duda,
el secreto, la especulación sobre lo sucedido y lo que pudo suceder.
Eso hace parte de la esencia de la humanidad, hacer hipótesis y
plantear suposiciones.
Otro
de los deportes afectados por la sobreinformación es el ciclismo en
el que cada movimiento del ciclista está completamente monitoreado.
Es tan así que, incluso en los entrenamientos en su país natal un
ciclista de la talla de Nairo Quintana, que cuando ataca la montaña
parece no tener jefes, antes de subirse a la bicicleta debe
sincronizar su potenciómetro, un sensor puesto en los pedales que le
mide todas las variables corporales además de trazar un mapa del
recorrido realizado y la fuerza que hizo para superarlo. De esta
manera, sus entrenadores en España saben cuando y cómo entrenó, y
por supuesto los ayuda a conocer mejor el funcionamiento de su cuerpo
y tener más control de sus posibilidades en competencia.
A
primera vista esta idea es una maravilla y nos hace sentir orgullosos
de lo mucho que avanza la tecnología, estos datos no los teníamos
hace 30 años. Lo que se olvida decir es que las etapas son cada vez
más sosas. Tiene razón Peter Sagan cuando dice que el ciclismo es
cada vez más aburrido y lo es porque ya no hay cabida para la
sorpresa, para lo inesperado, para eso que todos esperamos. Por
ejemplo, que a Froome un día le dé la pájara y pierda 9 minutos
como le pasó en el 2003 a Santiago Botero en el primer domingo de
montaña cuando llegó al Tour como candidato a batir a Lance
Armstrong. En esa época no había una computadora en la bicicleta
que le dijera que aunque se sintiera mal, yendo con las fuerzas
correctas en unos minutos podría volver al lote. El mejor
potenciómetro eran sus sensaciones, entonces Botero cayó preso en
las emociones y tiró por la borda sus posibilidades en el Tour. Ese
día vimos nacer a Alexander Vinokuorov, gregario de Botero en el
T-Mobile, quien lo intentó ayudar 3 veces y cuando se dio cuenta que
su jefe de filas no respondía volvió al lote y al final logró
estar en el podio de la clasificación general.
El
control de la carrera que hace sentir tan orgullosos a los ingleses
del SKY es aquello que tiene preso al ciclismo, el cual sólo se ve
liberado cuando aparecen esos jóvenes corredores que olvidan los
millones de dólares que puso su patrocinador y desde el primer
puerto de montaña están dispuestos a romper la carrera y poner con
los nervios de punta a los capos, a hacer dudar a todos de si la
computadora dice toda la verdad. Esos corredores, esos killers
como Contador o Egan Bernal son los amados por todos los que hacemos
maromas para desde el trabajo ver la etapa fingiendo que trabajamos
esperando lo inesperado. El ciclismo y la vida misma, para algunos no
hay diferencia, merece ser liberada de la falsa sensación control y
seguridad que nos vende la modernidad.