domingo, 10 de febrero de 2019

Modernidad y control en el deporte


La vida hoy no es como hace 10 años. Ahora existe una generación que no recuerda el disquete y mucho menos los televisores a blanco y negro. Los smartphones y su al menos una decena de sensores cambiaron la forma como nos comunicamos con los otros y con todo aquello que nos rodea. Así, la modernidad nos ha envuelto en una paradoja: cada vez controlamos más los aspectos externos de nuestra vida pero esta, a su vez, es más aburrida.

Durante décadas nos hemos esforzado por tener control sobre terremotos y meteoritos que podrían venir de cualquier lugar del Universo y acabar con lo que conocemos como civilización. En busca de ese objetivo la humanidad ha generado tecnologías como el GPS (Global Position System) que permite controlar la posición de un objeto y quien lo tenga. Este comportamiento se ha ido extrapolando a todas las actividades humanas como, por ejemplo, el deporte.

Una muestra de ello es el VAR (video assistant referee), tan justo como tedioso, recientemente estrenado en el mundial de fútbol de Rusia y que ha causado tantas polémicas por su uso en el campo de juego. Así fue que, pasamos de tejer toda una maraña de suposiciones sobre la razón por la que el árbitro no pitó la mano de Maradona contra la Inglaterra en el mundial del 86 a saber que con 70 cámaras y un cuarto con 20 monitores, el árbitro podría haber solicitado el VAR y Argentina no tendría sino un mundial en su haber.

Pero más triste que quitarle a un país un título es eliminar la duda, el secreto, la especulación sobre lo sucedido y lo que pudo suceder. Eso hace parte de la esencia de la humanidad, hacer hipótesis y plantear suposiciones.

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Otro de los deportes afectados por la sobreinformación es el ciclismo en el que cada movimiento del ciclista está completamente monitoreado. Es tan así que, incluso en los entrenamientos en su país natal un ciclista de la talla de Nairo Quintana, que cuando ataca la montaña parece no tener jefes, antes de subirse a la bicicleta debe sincronizar su potenciómetro, un sensor puesto en los pedales que le mide todas las variables corporales además de trazar un mapa del recorrido realizado y la fuerza que hizo para superarlo. De esta manera, sus entrenadores en España saben cuando y cómo entrenó, y por supuesto los ayuda a conocer mejor el funcionamiento de su cuerpo y tener más control de sus posibilidades en competencia.

A primera vista esta idea es una maravilla y nos hace sentir orgullosos de lo mucho que avanza la tecnología, estos datos no los teníamos hace 30 años. Lo que se olvida decir es que las etapas son cada vez más sosas. Tiene razón Peter Sagan cuando dice que el ciclismo es cada vez más aburrido y lo es porque ya no hay cabida para la sorpresa, para lo inesperado, para eso que todos esperamos. Por ejemplo, que a Froome un día le dé la pájara y pierda 9 minutos como le pasó en el 2003 a Santiago Botero en el primer domingo de montaña cuando llegó al Tour como candidato a batir a Lance Armstrong. En esa época no había una computadora en la bicicleta que le dijera que aunque se sintiera mal, yendo con las fuerzas correctas en unos minutos podría volver al lote. El mejor potenciómetro eran sus sensaciones, entonces Botero cayó preso en las emociones y tiró por la borda sus posibilidades en el Tour. Ese día vimos nacer a Alexander Vinokuorov, gregario de Botero en el T-Mobile, quien lo intentó ayudar 3 veces y cuando se dio cuenta que su jefe de filas no respondía volvió al lote y al final logró estar en el podio de la clasificación general.

El control de la carrera que hace sentir tan orgullosos a los ingleses del SKY es aquello que tiene preso al ciclismo, el cual sólo se ve liberado cuando aparecen esos jóvenes corredores que olvidan los millones de dólares que puso su patrocinador y desde el primer puerto de montaña están dispuestos a romper la carrera y poner con los nervios de punta a los capos, a hacer dudar a todos de si la computadora dice toda la verdad. Esos corredores, esos killers como Contador o Egan Bernal son los amados por todos los que hacemos maromas para desde el trabajo ver la etapa fingiendo que trabajamos esperando lo inesperado. El ciclismo y la vida misma, para algunos no hay diferencia, merece ser liberada de la falsa sensación control y seguridad que nos vende la modernidad.




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